CORRIENDO EN EL AMANECER GRANADINO

 Aún no ha amanecido cuando salgo trotando por el claustro fresco del enclave medieval y granadino de los monjes-soldados mercedarios calzados, después de atravesar la puerta Elvira me adentro en el Albaicín, en la Granada musulmana. Asciendo por la cuesta de Abarqueros, donde ya mis músculos se tensan y mi corazón y pulmones empiezan a protestar. Cuando alcanzo la calle empedrada del Zenete, mi cuerpo ha calentado y la altura de la calle y su leve desnivel paralelo a la ladera permiten que, mientras disfruto de la vista sobre el centro de Granada, alcance la cuesta de Marañas. Tras el respiro de la bajada, me adentro en la calle de San Juan de los Reyes. Su leve pero continua pendiente me obliga a ralentizar el ritmo, y así poder ver fugazmente la Alhambra a medida que voy pasando a la altura de los callejones estrechísimos de Zafra, Gloria, Santísimo y Candil. Traspaso el arco de San Juan de los Reyes y caigo en la cuesta del Chapiz, cuya pendiente me obliga a frenar. Cientos de metros más abajo alcanzo el paseo de los Tristes, desde donde atisbo la Alhambra, desde bien abajo, desde la ribera del rio Darro y cuya imagen imponente hace que casi me detenga, para no tropezar.

Cruzo el rio Darro por el puente histórico del Aljibillo y por el camino de la Fuente del Avellano me adentro en la Dehesa del Generalife. En su inicio es un camino de fuerte pendiente, preludio del sendero estrecho y casi vertical que, inmerso en el bosque verde y fresco, me permitirá con los músculos tensos,  las pulsaciones disparadas y los pulmones ardiendo, subir por encima del Palacio del Generalife y alcanzar la altura de la Silla del Moro. Correr paralelo a la acequia real, atravesar las cascadas y caídas de agua fresca y sonora han compensado la dura ascensión con creces. Cuando por fin alcanzo la Silla del Moro, es imposible no detenerse, no solo para recuperar el resuello tras la sufrida cuesta, sino para poder disfrutar de la perspectiva dorada de la Alhambra y del Generalife que a vista de pájaro se contempla desde allí, alumbrados por el incipiente sol.

Mi ritmo crece en la bajada, mientras rodeo la Alhambra. Así llego al cementerio de San José, bajo a buen ritmo por el Paseo de la Sabica hasta el Paseo de las Torres que rodea por el sur a la Alhambra, adentrándose en el bosque fresco, frondoso y húmedo, que es un regalo para los sentidos avivados con la carrera. En la cuesta de Gomérez atravieso raudo el arco de la Puerta de las Granadas y más abajo alcanzo la plaza de Santa Ana, al final de la Carrera del Darro, a esta hora sin mucha gente. Por la calleja del Aire me adentro de nuevo en el Albaicín, subo por las solitarias Marañas y Zenete. Y tras atravesar la cuesta de Alhacaba, llego a la placeta de Cruz de Arqueros y de ahí, ya recuperando el aliento, de nuevo a la puerta del convento-cuartel mercedario.

El toque de corneta, para que el piquete ice bandera, entona el himno nacional.

Me pongo firme. Son las ocho de la mañana. Otra jornada militar comienza.

.Teniente Coronel Rafael Ángel Rivero del Castillo 

.Granada, julio de 2023


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