LA IMPORTANCIA DE SER NAZARENO.
Estamos inmersos en una sociedad de bienestar, donde denostamos
el espíritu de sacrificio, la abnegación, el anonimato… y sin embargo exaltamos
el protagonismo, las apariencias y la fama.
Los nazarenos son depositarios de valores morales que van más
allá de la religión, pero que están íntimamente unidos a ella. Junto al
espíritu de sacrificio, la abnegación o el anonimato, transmiten otros valores como
la humildad, la paciencia y la obediencia.
En Guadalcanal, los nazarenos comenzaron a tener importancia en
los años cincuenta del siglo pasado, cuando las hermandades decidieron que para
ir en las procesiones era obligatorio vestir la túnica de nazareno. Antes de
esto, la gran mayoría de hermanos y devotos acompañaban de paisano, con más o
menos orden, a las imágenes a lo largo del recorrido mezclándose con nazarenos
de distintos colores.
Las hermandades, según el Código de Derecho Canónico son: “asociaciones públicas de la Iglesia
Católica, erigidas por la autoridad eclesiástica competente, en las que los
fieles, clérigos o laicos, o clérigos junto con laicos, trabajando unidos,
buscan fomentar una vida más perfecta, promover el culto público, realizar
otras obras de apostolado, el ejercicio de obras de piedad o caridad, y la
animación con espíritu cristiano del orden temporal”.
La máxima expresión del culto público es la estación de
penitencia, junto a los cultos litúrgicos que cada hermandad organiza. Y es en
estos actos donde los hermanos participan directa y personalmente. Y así podemos
ver, durante la Semana Santa de nuestro pueblo, cientos de hermanos y devotos
que bajo el anonimato del capillo agarran su cirio, su cruz o la insignia de
turno y disciplinados, ordenados, silenciosos y humildes, siguen a Jesús y a Su
Madre, por las calles frías y calurosas de Guadalcanal.
La idiosincrasia de nuestras hermandades, ¡gracias a Dios!,
permite que niños, hombres, mujeres, jóvenes y mayores, vayan mezclados, sin
seguir el riguroso orden de antigüedad que asignan las papeletas de sitio de
hermandades de otras localidades a sus nazarenos. Esta bondad nos permite
disfrutar de la procesión en familia y facilita que padres, hijos y nietos
vayan agarrados de la mano durante toda la vida, y forja sentimientos que
perduran de generación en generación.
Los nazarenos son anónimos sufridores de las apreturas y del
sofoco en la iglesia antes de la salida, silentes ante los parones en la calle,
pacientes con los incomprensibles retrasos y obedientes cuando son cambiados de
fila o reubicados en la procesión. Y ahí siguen en su sitio, con su fidelidad,
con el rostro cubierto, con la vista al frente. Caminan, se paran, se cansan y
se emocionan. Algunos rezan, otros meditan, algunos juegan con el
cirio, pero todos repiten el rito un año tras otro.
Y cuando acaba la procesión, humildes como su esencia, se
agarran a los suyos y en silencio cansados y felices vuelven a sus casas con la
satisfacción del deber cumplido.
Sin nazarenos, las estaciones de penitencia serían meras procesiones.
Sin pedirles nada ni darles nada siempre están ahí y, aunque son protagonistas,
a veces ni se repara en ellos ni se les valora.
¡Seamos nazarenos! ¡Cuidemos de nuestros nazarenos!
Ellos son el alma y la luz de las procesiones de nuestra Semana
Santa. Ellos son los únicos miembros imprescindibles en nuestras estaciones de
penitencia que no pueden ser sustituidos por nada.
Rafael Ángel Rivero del Castillo
Granada, enero de 2023
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